domingo, 26 de mayo de 2019

ACCENT and PREJUDICE


Todo extremeño de bien que se precie será reconocido en el mundo por el uso del diminutivo –ino en palabras como chiquinino, de origen astur-leonés, expresiones del tipo “la mi niña”, que expresa posesión, ambos estos sirviendo al nivel morfosintáctico del dialecto extremeño o la aspiración final en palabras acabadas en –s (nivel fonológico). Y son precisamente esas aspiraciones de la –s a final de palabra las que definen el acento extremeño, es decir, la variante fonológica que le diferencia de la norma estandarizada.


"¿Eres andaluza?", "No, tu acento es más fino que el de X". Estas son solo algunas de las afirmaciones con las que me he topado en algún que otro momento de mi vida, siempre con un nivel de variación- a veces contradictoria- dependiendo del oído que te escuche. Recuerdo cómo allá por 2005, haciendo un año de estudios Erasmus en Escocia, una simpática gallega estaba completamente fascinada con el acento extremeño, pues le sonaba “melódico” y “con mucho arte”, comparándolo incluso con el andaluz, con el que comparte solo algunas características lingüísticas. En otras ocasiones, en la propia región (Extremadura) sus propios hablantes hacen distinción entre el acento de los mangurrinos (habitantes de la provincia de Cáceres) y los belloteros (los de Badajoz), quienes siempre definen a los “cacereños” como “finos” en su retórica.

El caso es que el acento de un individuo, lógicamente, determina su procedencia geográfica (es la tendencia general) pero no necesariamente su status ni socio-económico ni cultural. Es muy común relacionar los acentos con estos dos aspectos que acabo de señalar con comentarios del tipo: "¡Vaya acento, es un cateto!" cuando quien verdaderamente muestra su más supina ignorancia es quien realiza comentarios de ese tipo al desconocer por completo que un acento es una muestra única de identidad, de donde eres y de donde, ¿por qué no? te sientes orgulloso de pertenecer. 

A lo largo de la historia, realizando un estudio retrospectivo, la lingüística se ha encargado de analizar el acento y, tal es así que, algunos literatos se han hecho cargo de plasmar en sus obras este aspecto. Este es el caso de la obra que da nombre a este blog: Pigmalion de Bernard Shaw, posteriormente llevada a la gran pantalla en 1964 en la famosa cinta “My Fair Lady”.  En ella, Shaw presenta a una bella Eliza Doolitte, quien habla un Cockney accent (dialecto del este de la capital londinense y que es propio de schemers y thieves) y que, según el doctor Higgins, fonetista de profesión, consideraba que ella tenía que corregir si quería convertirse en una dama de bien. Para alcanzar tal objetivo, ella asiste a elocuation lessons y como ya es sabido, la metamorfosis de la bella Doolittle es no solo lingüística, sino también física. 

A este fenómeno se le conoce como prescription y accent reduction y son, básicamente lo que algunas instituciones como la BBCTV y BBCRadio han favorecido durante años con su selección de personal que no tuviese acento regional, sino estandarizado. Afortunadamente, esa postura ha cambiado en la actualidad, y cada vez es más frecuente encontrar presentadores de TV y radio con acentos que no son puramente standard. Algunas celebridades como el propio Mick Jagger, frontman de Rolling Stones, fueron señalados con el dedo por el hecho de fingir un acento que originalmente no tenía: el Cockney, razón por la cual algunos acuñaron el término Mockney, un blender que nace de la unión de “mock” y “Cockney”. La pregunta es ¿por qué  optó por ese acento el cantante de esta mítica banda? Pues la respuesta es muy simple: ese acento le acercaba a las masas, concretamente a las clases sociales más desfavorecidas…

Este fenómeno, el de la accommodation (que consiste en ajustar tu forma de hablar dependiendo del público al que te dirijas), no es parte del pasado, sino que ha alcanzado incluso a la realeza más recientemente estrenada, en este caso, a Meghan Markle, actriz californiana protagonista de alguna que otra serie de Netflix. Siempre está en el ojo del huracán, y es tal el interés que despierta que expertos del habla, lingüistas y fonetistas han estudiado su expresión lingüística y más concretamente su pronunciación cuando se dirige al pueblo británico. Sus apariciones públicas han servido de estudio para los especialistas y, según apuntan, observan un cambio en ella, no solo a nivel estético (a vueltas con el tema), sino también a nivel fonológico que se aproxima más a la variante británica que a la norteamericana- su variante original- en los sonidos vocálicos de algunas palabras, así como en la pronunciación de –t a final de palabra (más acusada en británico) o incluso en el intonation pattern de yes/no questions, donde opta por la variante británica también (fall-rise vs rise del AmE). ¿Qué razones pueden desprenderse de ello? 1. La más lógica y menos rebuscada: influencia del acento por llevar un tiempo viviendo en Inglaterra. 2. Que imite intencionadamente el acento, dadas sus dotes interpretativas, para sonar más aristocrática y poder ser aceptada por el pueblo inglés. Sin embargo, si así fuera, correría el riesgo de, al igual que Mick Jagger en la otra cara de la moneda lingüística, ser acusada de poser.

Cuando hablamos de enseñanza  y aprendizaje de idiomas, hay quien adopta la postura de negarse a asumir acentos de la lengua target y seguir aplicando el sistema fonológico de su lengua madre a la lengua que aprende porque, según apuntan, les supone una pérdida de identidad propia el hecho de tener que acoger acentos de la lengua extranjera para sonar como nativos. Apoyando este argumento se encuentran los propios nativos, quienes perciben el intento de imitación de acentos de su propia lengua por parte de los aprendices como una intrusión.

Es común en clase que mis alumnas me pregunten con frecuencia qué acento es el correcto y el que deben adoptar. Centrándome únicamente en la dicotomía más generalizada de variedades del inglés (BrE vs AmE), mi postura es clara: les enseño las particularidades fonológicas de ambas y luego les invito a que decidan optar por aquella con la que se sientan más cómodas (si optan por alguna). En definitiva, el objetivo último es interactuar y hacerles consciente del respeto por cualquier acento, más teniendo en cuenta el alcance del inglés en este mundo globalizado. 

Y aquí precisamente reposo mi reflexión final sobre este artículo que decidí titular “Accent and Prejudice”, adaptado de la obra homónima de Jane Austen Pride and Prejudice.  Pero no lo voy a hacer con palabras, sino con dos imágenes que, creo, reflejan perfectamente qué es el acento. 

 Screenshot de un videoclip del artista Manu Carrasco
 https://bit.ly/2VNt2ny

Bibliography:
William Sutton, "Pronunciation and Prejudice" (Speak Up magazine) 
Frascesca Gillet, "Has Meghan's accent changed since marrying Prince Harry?" (BBC.com)


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